Reflexiones, ideas y anécdotas de una mamá puérpera...

domingo, 31 de julio de 2011

A lactar se ha dicho!

   Ya comienza, la semana que conmemora la lactancia materna. Un acto instintivo por demás.
   Dar la teta es lo mejor para el bebe y para la mamá. No existe otra leche que sea mejor que la leche materna ya que la leche humana está adaptada al aparato digestivo del bebe, se asimila con más facilidad que la leche de vaca (por ello los niños criados a pecho comen con más frecuencia que los alimentados artificialmente) conservando mejor la energía del niño, lo que favorece un mejor desarrollo de su cuerpo y su cerebro.
  El calostro, esa sustancia espesa y amarillenta que segregan las mamas antes de la "bajada de leche", contiene entre cinco y seis veces más proteínas que la leche segregada posteriormente y la mitad de grasas e hidratos de carbono, que no son digeridos con facilidad por el recién nacido. Es irónico que en tiempos pasados se consideraba esta sustancia beneficiosa como "sucia" y se instaba a las madres a no dárselas a sus bebes.
El doctor Carlos Gonzalez nos cuenta que "la leche no es un alimento muerto, sino un tejido vivo, en constante evolución. La cantidad de grasa en la leche aumenta mucho a lo largo de la mamada: la leche que sale al principio tiene poca grasa, y la que sale al final tiene hasta cinco veces más". Y nos explica que es el niño quien regula la composición de la leche manejando tres parámetros: la cantidad entre una mamada y otra, el tiempo entre una mamada y la otra y el tomar un solo pecho o de los dos. El niño controla su dieta variando estas tres claves, por eso es tan importante que la lactancia sea a demanda. Sólo asi se puede asegurar una dieta equilibrada.
Todas las mamíferas producimos leche para alimentar a nuestras crías, pero no todas las leches son iguales, cada una esta diseñada exclusivamente para ese ser que alimentará, para sus necesidades específicas de desarrollo. En el caso de la leche humana se trata del desarrollo de la inteligencia. La leche humana contiene aproximadamente 100 ingredientes que no poseen las leches de fórmula maternizada, que tienen como base la leche de vaca. Esta leche que contiene proteínas inmunogénicas, obliga al sistema inmunitario a producir mayor cantidad de anticuerpos. La leche de vaca tiene mayor cantidad de caseína, sustancia que obstruye el sistema respiratorio y el sistema inmunológico al absorver proteínas extrañas responde secretando moco, es por ello que se asocia el consumo de leche vacuna con enfermedades del sistema respiratorio, además de problemas gastrointestinales.
La leche materna es el alimento perfecto para nuestros niños, la presencia en su composición de anticuerpos les brinda inmunidad y gracias a ello es que tiene propiedas curativas! Si mujeres, además de poder nutrir a nuestros pequeños con esta sustancia que surge de nuestros cuerpos, también podemos utilizarla para curar la conjuntivitis (yo lo he hecho en dos casos, con resultados rápidos y asombrosos), para tratar su pielcita irritada, para las picaduras de mosquitos y para nuestros pezones, que pueden sentirse irritados o agrietados.
Y cómo no mencionar el área afectiva, cómo no celebrar que la lactancia es un lazo entre mamá y bebe, que dando la teta no sólo damos alimento para el cuerpo, sino para el alma de nuestros hijos. Nos conectamos, nos miramos, nos sentimos, nos alimentamos mutuamente.
Dar el pecho es una labor, es dedicación, es entregarnos sin límites, sin tiempos, es dar lo mejor de nosotras.
Para esta entrega necesitamos de personas a nuestro alrededor que sean facilitadoras de esta entrega, que nos acompañen y faciliten esta conexión especial con nuestros hijos. Necesitamos de papás, de abuelas, de amigas, que respeten y alienten. Necesitamos de profesionales que brinden información correcta, actualizada y coherente.
   Yo obtuve estos conocimientos sobre la leche materna leyendo: "El Arte feminino de amamantar" de La Liga de la Leche, "Cómo criar a un hijo sano... a pesar de su médico" del Dr Robert S. Mendelsohn, "La revolución de las Madres, el desafío de nutruir a nuestros hijos" de Laura Gutman y "Mi niño no me come" del Dr. Carlos Gonzalez. Ahora, el que me enseñó que al dar la teta doy amor, ese fue Luca, mi mejor maestro.

A todas las familias donde fluye la leche materna quiero desearles una Feliz Semana Mundial de la Lactancia Materna!!!

sábado, 30 de julio de 2011

El Dedito Explorador

 Aquí está, este es, "El Dedito Explorador". Más poderoso que cualquier dispositivo tecnológico, versátil, práctico y simpático.
  Luca conoce el mundo a través de su dedito, en realidad a través de todos sus sentidos, pero puedo asegurar que primero que todo siempre va el dedito. Botones, agujeritos, huequitos, manchitas, puntitos, lo que sea, el dedito lo explora.
  Me fascina pensar toda la información que le debe enviar a su sitema nervioso central!

Pensar el parto

El parto es un momento fundamental y fundacional de la familia. Poco se sabe y muchas veces poco se quiere saber sobre él. En el imaginario de la mayoría el parto siempre está relacionado al sufrimiento, con esa idea, es bastante lógico que se quiera tomar distancia de este hecho. Las preguntas que más escuché tienen que ver con el dolor y la duración. Desde mi experiencia me cuesta contestarlas, no sólo porque los umbrales de dolor son distintos en cada ser humano, sino por el significado que tenga ese dolor para cada uno.
Creo que el embarazo no se trata simplemente del período donde el cuerpo se transforma y modifica para nutrir y albergar a nuestros hijos, es el tiempo que la naturaleza nos da para comenzar una búsqueda, la búsqueda de ese instinto visceral que TODAS tenemos. Son 40 semanas (algunas más, algunas menos) para maravillarnos con los cambios de nuestro organismo, que nos van contando ese secreto que en la actualidad está acallado por tantos. El secreto es que nosotras podemos. Nosotras sabemos. Nosotras, desde lo cuantitativo necesitamos muy poquito para parir: un ambiente seguro, una persona que tenga conocimientos y la persona que nos ama al lado. Desde lo cualitativo necesitamos mucho: que el ambiente seguro sea cálido, confortable, adecuado a las necesidades de la mujer, que esa persona con conocimientos tenga actitud de compañía y no de mando, y que nuestro ser amado esté emocionalmente disponible para atravesar el momento. Es poco y es mucho. Y en la actualidad debe parecer tanto que son pocas tirando a nulas las posibilidades de contar con ello en una institución médica.
Yo no tenía conocimientos del parto en casa, yo no sabía demasiado sobre los procedimientos innecesarios de rutina a los que se somete a la mujer y al niño recién nacido en los partos institucionales, yo sospechaba sobre las cesáreas, pero no imaginaba la magnitud de su aplicación sin ton ni son y las consecuencias nefastas que pueden llegar a acarrear en el cuerpo y el alma de una mujer y su bebé cuando este procedimiento es totalmente injustificado. Yo no lo sabía, pero ahora lo se. Lo se porque no me conformé, porque por un rato salí del ensueño del embarazo y me enfrenté a mis miedos y porque buscando encontré. Encontré a mi partera, que me entregó la batuta, me hizo saber que YA era momento de tomar decisiones, que mi función de madre YA se había activado.
Aprendí sobre mi cuerpo, sobre los mecanismos perfectos que pone en marcha, revisé mi historia personal, fui en contra de la corriente: PENSE MI PARTO.
Mi partera me devolvió algo que se me estaba negando, me devolvió mi parto... pero porque yo se lo fui a pedir.
Pensar el parto en sí mismo es como un tira y afloje. Por un lado nos interiorizamos en cuanto a sus etapas, podemos preparar nuestros cuerpos practicando alguna actividad, preparamos nuestras casas (si es que elegimos que allí se desarrolle), tratamos de tener todo listo, y por otro lado es necesario dejar fluir, asumir que no todo puede controlarse, que no podemos predecir algo que es impredecible. Cuando yo logré este equilibrio entre estas dos actitudes, pude parir. Fue pensar el parto, para no pensar "durante" el parto.
"¿Sufriste mucho?" me preguntan. No, no sufrí, sí, sentí dolor, pero no sufrí el dolor. Porque fue un dolor que se incrementaba escalonadamente, porque sabía que ese dolor se correspondía a determinado proceso que se estaba llevando a cabo en mi interior y porque en algún momento iba a finalizar ("Todo lo que empieza tiene que terminar" me repetía para mis adentros, parecía La Pitonisa, de Matrix jajaja) y porque ese dolor es el que me traía a mi niño. Generalmente las cosas hermosas de la vida, no nos caen del cielo (o al menos a mi) sino que hay que poner algo de uno... y este iba a ser mi mayor esfuerzo, por mi, para cuidarme y respetarme y para él para que desde el primer latido de su corazón fuera de mi vientre se sienta cuidado, respetado y amado.

viernes, 29 de julio de 2011

Para empezar... mejor por el principio!

Me dispongo a explayarme, en mi primera entrada... ta tan ta taaaaan! Como ya conté por algún otro lado, soy Flor, mamá de Luca de 7 meses, tengo 27 años y estoy nadando en un mar de hormonas puerperales. Haciendo honor al momento mágico y caótico que estoy viviendo, voy a redactar el día en que empezó, es decir, mi parto respetado, mi parto tan amado. Aquí va!


   Luca ya tiene siete meses. Han pasado siete meses desde aquel 23 de diciembre en el que nació y a medida que nos vamos alejando de ese día lo voy recordando aún más.
   Fue el 9 de abril del 2010, por la tarde, cuando esas dos rayitas aparecieron y nos confirmaron lo que veníamos deseando: nuestro primer hijo ya estaba en camino. La alegría, la sorpresa y la emoción nos mantuvo durante cinco minutos diciendo: “¡¿Y ahora qué hacemos?!”, “¡No sé!”, contestaba yo. Una vez que pudimos avivarnos un poco del aturdimiento (nunca fue del todo, maravillosamente aún no lo es), pasamos al siguiente paso lógico (después constataría yo que no lo es tanto) y sacamos turno con un obstetra.
   Primera consulta, toma de datos, confección de fichita, órdenes para estudios, te veo la próxima. No me cerró. ¿No hay nada más para decir? ¿Alguna recomendación? ¿Nada de nada? Segundo obstetra, ídem anterior, pero un poco (solo un poco) más cálido. Con él transcurren algunos meses, pero con el correr del tiempo, me doy cuenta que no sabía mi nombre, que las consultas solo se limitaban a ver resultados de estudios y hacer órdenes para los del mes siguientes (luego me enteré que algunos de ellos eran optativos). Angustia. Luego de cada control, angustia. “¿Voy a confiar en esta persona para vivir uno de los momentos más importantes de mi vida?”. Poco entusiasmo con el parto, ganas de que no llegue, temor. ¿Temor a qué? Si se supone que la seguridad está AHÍ. La cosa seguía sin cerrarme.
   Llegué a Marina alrededor del 5to. mes de embarazo. Recuerdo que fueron dos cosas puntuales las que iniciaron la búsqueda que me llevó a ella (aunque claro, yo todavía no sabía que la había iniciado). Por un lado el trato frío, impersonal, breve de los obstetras. Por el otro, algo que me llamaba poderosamente la atención: la episiotomía.  Pensaba: ¿Cómo puede ser que el cuerpo de la mujer se adapte durante 9 meses al crecimiento de otro ser en su interior y sea necesaria una intervención como la episiotomía para que ese ser pueda salir? Yo estaba viviendo el cambio día a día, observando a mi cuerpo modificarse para contener, alimentar y proteger a mi bebé, cómo podía ser que no esté listo para dejarlo salir sin que lo tengan que cortar?. Y que esto sea así en TODAS las mujeres. No. Yo quería probar si podía, si podía sin la episiotomía, si podía sin la anestesia, porque cómo dar por sentado que era necesaria si nunca había parido, si no conocía mi umbral de dolor. Bueno, ya iba teniendo en claro esas cosas, lo que NO quería, pero el obstetra… ¿lo respetaría? Empecé a leer en Internet, sobre el parto respetado, el parto humanizado, sobre el respeto de los cuerpos, de los tiempos, sobre el parto como proceso vital y no patológico… y debo decir… me entusiasmé. Tiré del ovillo y este se empezó a desarmar ante mis ojos. Peridural, oxitocina artificial, posición de litotomía. Una cosa le sucedía a la otra y del otro lado de la balanza: parto respetado, parto humanizado, parto… en casa. ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic! Casi pude oír conectarse mi mente, con mi cuerpo, con mi corazón. ¡Sí! Eso es lo que busco, eso es lo que SIENTO correcto PARA MI, sólo que no sabía que era posible, que existía.
   Y llegué a la página de Marina y me enamoré de las fotos (me gusta mucho la fotografía) y vi calidez y vi simpleza.
   Había descubierto otra posibilidad, pero sabía que no estaba sola en todo esto, también estaba mi compañero, Andrés. Nerviosa, al volver del trabajo, en la cocina, poco a poco le fui contando mi descubrimiento, rogando por dentro que estuviera abierto por lo menos a la posibilidad de informarnos. Me sorprendió (aunque en realidad no se por qué tanto, ya que es un gran compañero) y me dejó pasmada cuando me respondió: “El parto va a ser como vos necesites que sea… y yo te voy a acompañar”. ¡Qué felicidad saber que ya lo tenía a bordo de este viaje!
   Me puse en contacto con Marina, escribiendo un mail, contando nuestra situación. Al poco tiempo recibimos su respuesta y concertamos nuestro primer encuentro en su casa. Calidez, mates, Ulises (su bebé) entre nosotros, charla, deshago, preguntas, dudas, expectativas, deseos, todo eso en 3 horas increíbles. Antes de irnos “vamos a escuchar a Luca”, lo escuchamos todos y nos enseñó cual era el latido de su corazón y cual el del cordón umbilical. Esa es una de las cosas que más me gustan de mi partera (si, el verbo en tiempo Presente, porque así la siento) la generosidad de compartir su conocimiento (más adelante le enseñaría a Andrés a buscar a Luca en la panza y a saber en qué posición se encontraba). Nos fuimos con material para leer. Y yo estaba… ¡CONTENTA!
   Así fueron sucediendo los encuentros y los meses y transformé y resignifiqué la idea de “dolor”. Me dí cuenta que mis miedos tenían que ver con no ser respetada ni acompañada como yo necesitaba. En cada uno de nuestros encuentros pude hablar, preguntar, pensar nuestro parto. Marina nos proporcionó mucho material de lectura interesantísimo, como así también videos y documentales. Empezaron a circular por mis manos Michel Odent, Ina May Gaskin, Frederick Leboyer, Laura Gutman. También fui leyendo testimonios de otras mamás, experiencias, relatos. Las semanas pasaban y la fecha probable de parto se acercaba: 14 de diciembre, nos dijeron Marina y Olga “15 días antes o 15 días después”. Yo trabajé hasta la semana 36.
   Pasó la fecha, todos se empezaban a poner ansiosos y el “¿Y… para cuando?” era la pregunta que respondía más a menudo.
   Yo estaba tranquila, sin nervios pero expectante. Habíamos preparado todo lo que necesitábamos en casa. Solo quedaba esperar. Y esperamos. Pero cada día que pasaba se acercaba a otra fecha, a la fecha límite. Recuerdo la última reunión con Marina en donde acordamos que si no pasaba nada durante esa semana, el próximo lunes 27 a las 8:00 de la mañana debería estar en la clínica para la inducción con nuestro obstetra de apoyo. ESO SI ME DABA MIEDO. Empecé a sentirme cada vez más ansiosa, temerosa de que las cosas no fueran como lo habíamos deseado, planificado. Tuve que trabajar esos sentimientos y dejar que todo fluya y que sea lo que sea.
   Marina nos había confeccionado un plan de medidas naturales de inducción que progresivamente día a día se irían sumando una a otra: homeopatía, te de hojas de frambuesa, caminatas de 25 minutos, hacer el amor, ir a una pileta y estar en el agua, etc. Como último recurso estaría la posibilidad de romper la bolsa. Pero… no fue necesario tanto, porque en la noche del tercer día de comenzar con todas estas “ayuditas” llegaron las contracciones. En un principio no estaba segura de que lo fueran, ya que sólo una parte de la panza se ponía dura (la consigna generalmente es que se ponga dura toda la panza). No sentía dolor, pero yo sabía que sería así, ya que había aprendido que la intensidad iría incrementando con el pasar del tiempo. Eran las 22:30 aproximadamente y con Andrés nos acostamos. Pude dormir, aunque cada tanto me despertaba entre contracción y contracción. Recuerdo que me concentraba en relajarme y respirar, sabía que el trabajo podría llegar a ser muy largo y no me quería cansar. Por la mañana la intensidad de las contracciones efectivamente había aumentado, junto con la frecuencia y duración, pero yo todavía estaba “acá”. Llamamos a Marina y le contamos. Quedamos en volvernos a llamar en un rato. Me recomendó que me diera un baño de inmersión y que descansara. Eso hice. Las contracciones subían en intensidad y al llamar a Marina decidió que ya era momento de que se sumaran al grupo.
    Cuando Marina llegó, después del mediodía, ahí sí que yo ya no estaba “acá”, estaba “allá”, en ese estado tan especial donde me sentí metida dentro mío, escuchando mis pensamientos, mi respiración. Yo conmigo misma. Sola pero no en soledad. Sentada en el borde de la cama, con los ojos cerrados, inspirando y expirando, recién después de un rato me percaté que Marina había llegado, ya que en silencio se arrodilló a uno de mis costados. Cuando abrí los ojos la vi y me sonrió y suavecito me dijo: “Vas bien diosa” y la vi contenta, entusiasmada. Marina me tuvo que tactar, para saber que efectivamente el trabajo de parto había comenzado y en qué punto estaba, ya que era necesario colocarme un antibiótico (sino este paso se hubiera obviado). Siempre con dulzura, siempre explicándome, me contó que ya tenía 5 cm de dilatación. ¡Era un muy buen augurio! Pero yo en mi interior no me quería aferrar a nada que me indicara una medida de tiempo, sabía que los trabajos de partos de primerizas son largos, y que aunque haya un buen progreso, el trabajo puede detenerse en cualquier punto (sobre todo por causas emocionales) y quedar ahí por horas. Entonces esto lo tomé con pinzas.
   Me bañé nuevamente. Cuando salía de mi ensimismamiento, le preguntaba a Andrés “¿Y vos…cómo estás?” (después nos reímos mucho de esto). Supongo que preguntaba porque no sabía como se veía todo desde afuera… yo estaba muy adentro mío.
   Al salir del baño, las contracciones más intensas. Recuerdo que fui nuevamente a mi bordecito de la cama, misma postura, ojos cerrados, respiración y sonidos que acompañaban el vaivén de mi cuerpo, que iba de derecha a izquierda y viceversa (era como si me acunara todo el tiempo, si me quedaba quita el dolor se sentía más). En un momento en chiste le dije a Andrés que me parecía a Ray Charles.
   Más intensidad, mayor duración y más frecuencia en las contracciones, y de repente ¡ganas de pujar! Y le dije a Marina, sorprendida porque no pensaba que tan pronto iba a estar pujando. Ella me contestó que haga lo que mi cuerpo me pedía. Me paré y comencé a pujar. La sensación es arrebatadora, todo el cuerpo pide pujar, es imposible resistirse. La posición que me resultaba más cómoda era sentada, probé caminar y otras posiciones (cuclillas, en cuatro, etc.) como me sugerían, pero si bien notaba muchos beneficios en el momento de pujar al tener tanta retención de líquido mis piernas me molestaban mucho. Iba cambiando, me abracé a Andrés y él me sostuvo, hasta que llegué al banquito de parto… ahí me quedé. Marina me contó que faltaba muy poquito para ver la cabecita, y me propuso tocarla pero dije que no. No porque me diera impresión, sino por lo mismo que no me aferré a los centímetros que había dilatado, no quería nada que me indicara un parámetro de duración. Al rato me lo volvieron a ofrecer, y lo pensé nuevamente y dije, que si, porque no me quería perder nada. Lo mismo pasó cuando se vió la cabecita, me ofrecían traerme un espejo y yo: “No”. Hasta que aflojé y dije si. Y lo vi.  Pero todavía faltaba y ya empezaba a sentir la sensación más complicada durante todo el parto: el ardor. Si, eso SI que fue difícil. Porque era mucho, porque era constante, porque parecía no terminar más, porque era un fuego. Y creo que ahí puse en cada pujo toda mi fuerza, porque necesitaba que ese ardor se aliviara. En un momento sentí un ¡tac! Supuse lo que era, pero no le di mayor atención, seguía pujando. Hacía rato mis sonidos se habían transformado en gritos, gritos que para mi sorpresa no eran de dolor, eran de fuerza, de potencia, de poder. Ese tipo de grito salvaje que antes de ser gritado por mi lo fue gritado por tantas otras mujeres. Y en un momento salió la cabecita, y Marina mientras me pedía que esperara a la próxima contracción para pujar desenredó las tres vueltas de cordón del cuellito, pero yo ya no podía detenerme, no podía contener esa fuerza arrolladora, y Luca…nació.
   Al segundo lo tuve en mis brazos y me sorprendí de su peso al recibirlo (3.900 Kg. luego lo supimos), lo miré, di la bienvenida. Andrés a mi lado. Éramos una familia.
   Marina me revisó y si, ese clic que sentí fue un pequeño desgarro, pero eso, yo ya lo sabía. Me realizó los pocos puntos necesarios. A partir de ese momento, mis ojos solo podían observar ese hermoso ser, mi atención estaba focalizada allí, era como una fuerza magnética, la atracción más poderosa que sentí jamás.
   A los pocos minutos nuevas contracciones y necesidad de pujar, pero esta vez, para expulsar ese órgano maravilloso llamado placenta, que nutría a mi pequeño. Yo no la vi, no podía, estaba hipnotizada por ese milagro perfecto en mis brazos.
    Una vez que el cordón umbilical dejó de latir, indicándonos que la placenta le había brindado su último esfuerzo y con ello valiosos nutrientes, Andrés lo cortó.
   Helado para celebrar y toda la vida para atesorar este recuerdo, para nutrirnos de él, para saber cómo llegamos hasta aquí y como debemos seguir: respetándonos, amándonos.
   Fuimos también acompañados por Marina y Olga en los tiempos posteriores, esos que son puro aprendizaje y particularmente nos brindaron mucho apoyo en lo que se refiere a lactancia.
   Hoy puedo decir que luego de informarme y leer supe que parir en casa y con parteras tiene muchísimos beneficios y ventajas, como el respeto de los tiempos naturales y la no aplicación de métodos invasivos, el apropiarse del parto y estar acompañada por una mujer que te ha conocido, que te ha escuchado y te ha descifrado.
   Hoy puedo afirmar que luego de parir en casa y con parteras, ya nada es igual en mi, descubrí una voz, como una pulsión, que me fue guiando, la cual me dice que con  apego es nuestra manera de crecer, que el colecho es lo que necesitamos, que la lactancia materna es a demanda, y que los tiempos sólo lo marcan el ritmo de nuestros corazones. Es por ello que a esa voz jamás quiero dejarla de escuchar.                       

    
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